Columna: Un pasito pa’delante… un pasito pa’atrás
José Rafael Vilar, Analista Político Internacional…
Con esta decisión, Trump proclamó el regreso a la ya antes fracasada política de aislamiento.
José Rafael Vilar, Analista Político Internacional
La semana pasada, el presidente Donald Trump fue a Miami a cumplir, más que con Cuba, con los electores cubanoestadounidenses del sector más crítico con el castrismo, hombres y mujeres del exilio cubano que le permitieron triunfar en Florida, uno de los estados decisivos en noviembre pasado —el estado del Sol es, junto con Nueva York, el tercero en cantidad de compromisarios: 29—.
Como en la letra de la cumbia «María» de Ricky Martin, en el teatro Manuel Artime (líder político de la Brigada 2506, ya fallecido) en plena Little Havana (la Pequeña Habana, símbolo de la emigración cubana que ha hecho de Miami “la segunda ciudad de Cuba”), Trump firmó una orden ejecutiva que deroga las anteriores del presidente Obama referidas a Cuba, con las que en 2015 se inició un acelerado deshielo en las relaciones entre ambos países, truncas desde 1960 y que, con más o menos pasión, había recorrido 11 presidencias: desde Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo hasta Obama. Con esta decisión, Trump, pletórico del entusiasmo y apoyo de los presentes en el acto (algo de lo que el Presidente estaba muy necesitado), proclamó el regreso a la ya antes fracasada política de aislamiento, aunque manteniendo las relaciones diplomáticas mutuas y las medidas relacionadas con los emigrados residentes en EEUU (remesas, viajes) y sin reponer la política de “los pies mojados, pies secos” (wet feet, dry feet) derogada por Obama en vísperas a su retiro y que desde la Administración Clinton permitía que ingresaran a Estados Unidos todos los cubanos sin visa que pusieran pie en su territorio.
En un comentario anterior tras la decisión (“Antes no sirvieron… ¿y ahora sí?”), mencionaba elementos importantes a considerar: sus efectos, inciertos tanto sobre los turistas estadounidenses (su restricción será nuevamente implantada) y las inversiones ya realizadas de empresas norteamericanas en Cuba en los últimos 18 meses (hoteleras, servicios aéreos, cruceros), así como los puestos de trabajo que representan dentro de EEUU (el foco de Trump), además del posible impacto sobre las exportaciones de alimentos, que desde Clinton se han convertido en un negocio creciente e importante para los estados agroindustriales del Midwest (bastante afectados aún por la crisis e importantes para la victoria de Trump, hoy principales proveedores de alimentos a Cuba).
Razones todas que dejan dudas de su real aplicabilidad, más allá del efecto mediático y político local. Otro aspecto es el beneficio que darían para una apertura política en Cuba, porque, cuando sus antecesores aplicaron medidas similares, solo perjudicaron a la oposición interna y justificaron el endurecimiento del régimen y su represión a la disidencia.
En su discurso, el presidente Trump justificó su decisión señalando que ésta apuntaba a promover los emprendimientos privados dentro de Cuba, así como el respeto a los derechos humanos y políticos y la libertad de expresión.
Sin embargo, el efecto podría ser muy contrario al que postula Trump, porque podría afectar a los cubanos que se han beneficiado del turismo norteamericano y porque ningún emprendimiento privado pasa de un nivel mínimo autorizado de desarrollo.
Respecto a su loable empeño de promover los derechos del pueblo cubano y su libertad de expresión, cabe preguntarse por qué en su reciente visita a Oriente Medio el mandatario obvió estas mismas violaciones en Arabia Saudí. El tiempo dirá, como María.