Defender al medioambiente con su vida: el crimen de Berta Cáceres en Honduras
La ecologista y líder indígena lenca, galardonada con el premio Goldman, fue asesinada en su casa el pasado 2 de marzo. El activista mexicano Gustavo Castro, único testigo del homicidio, recordó el hecho y a su compañera de militancia en una entrevista con Infobae…Lea mas
Eran las 11:40 PM. Dos sicarios entraron a la casa de una patada en la puerta. Uno de ellos fue por Gustavo Castro, le disparó a la cabeza y lo dejó en su habitación. Creyó que lo había matado. En el cuarto vecino, un cómplice ejecutaba a Berta Cáceres. Cuando los asesinos se dieron a la fuga, él estaba herido de bala en la oreja izquierda y una mano. Ella, tendida en el piso, agonizando. Castro le pidió, por favor, que no se fuera, pero no alcanzaron las suplicas. Cáceres vivía a un kilómetro y medio de La Esperanza, un pueblo en el oeste de Honduras, en un fraccionamiento nuevo con un par de viviendas en construcción y lotes vacíos. No había un alma alrededor. Todo estaba en silencio.
Cáceres era madre de cuatro hijos, líder indígena lenca, prominente militante ecologista, y estaba en la víspera de cumplir años, 43. Entre el momento en que murió y la llegada de los primeros auxilios a su casa, pasaron dos horas y media. «Las más largas y espantosas de mi vida», dijo Castro. El sociólogo y activista mexicano, de 51 años, había llegado al aeropuerto de San Pedro Sula, en Honduras, el día anterior para participar en un taller. Ese 2 de marzo de 2016 concluía la primera jornada.
–Yo veo en Berta a muchísimos hombres y mujeres que están amenazados. En ese recuerdo de ella, veo a tantísima gente que está sufriendo y que ha sufrido cosas terribles, torturas, despojos de sus viviendas. A amigos, que sus hijos, sus padres han sido asesinados –dijo Castro, quien fundó y dirige la organización Otros Mundos Chiapas.
Menos de un año antes de ser asesinada, una noche de abril, Cáceres subió al escenario del San Francisco War Memorial Opera House en un vestido con brillos para recibir el premio Goldman, considerado el ‘Nobel’ de medioambiente. 20 años de trayectoria y una acérrima batalla contra el proyecto de represa Agua Zarca, en el río Gualcarque, le valieron el galardón. Cáceres encabezó la movilización contra la obra iniciada sin la debida consulta a las comunidades indígenas –la de Río Blanco en este caso–. La protesta le torció finalmente el brazo a la mayor hidroeléctrica del mundo, la china Sinohydro, que rescindió su contrato con la hondureña Desarrollos Energéticos SA (DESA). Más tarde, el Banco Mundial retiró su financiación.
En San Francisco, la activista dedicó el premio a su madre y su pueblo; al Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), que fundó junto a otros compañeros en 1993 y seguía coordinando; a Río Blanco; y en primer y último lugar, a «todas las rebeldías» y «las y los mártires por la defensa de los bienes de la naturaleza». La organización Global Witness encontró que Honduras es uno de los países más peligrosos del mundo para ser ecologista: al menos 109 ambientalistas fueron asesinados en el país centroamericano entre 2010 y 2015.
Cáceres había denunciado amenazas de muerte de la empresa DESA y, por orden de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la líder indígena debía recibir protección policial.
–Hace plantear la vulnerabilidad en la que estamos todos los defensores y la criminalización muy alta que nuestros gobiernos han ido blindando –dijo Castro–. Ya no te bastan los premios, como los tenía Berta, ni las medidas cautelares. No te basta tampoco la CIDH que obliga de alguna manera a que te proteja el Estado que al mismo tiempo te está criminalizando. Y eso nos pasa aquí y en todos lados. Total indefensión.
Castro y Cáceres se conocieron en la militancia. Desde 1999, coincidieron en peleas contra la minería, las represas, los monocultivos de palma de aceite o la militarización. También contribuyeron a los movimientos sociales desde el análisis. De todas las preguntas, les preocupaba más responder a ¿cuál es la mejor estrategia?
–Y el COPINH, en eso, son muy heroicos. Ellos lograron enfrentar ejércitos, gobiernos. Llegamos incluso a hacer una movilización frente a Palmerola [base militar de Estados Unidos en Honduras]. Es gente de las comunidades indígenas. Es gente de a pie. Gente descalza. Gente incluso analfabeta, pero con una claridad política impresionante.
Y un pueblo de resistencia. Su máximo exponente fue el cacique Lempira –»señor del Cierro» o «de la Sierra» es lo que significa su nombre-. Cayó en defensa de los lencas, a los que unificó y encabezó frente a los españoles, en época de la Conquista. En la moneda hondureña, a la que se le dio su nombre, el rostro del guerrero aparece de perfil, el pelo largo hasta los hombros y apartado hacia atrás con un cintillo. En otras ilustraciones, se ve de cuerpo entero, con tres plumas erguidas arriba de la frente y un arco con flecha en la mano. De a pie y descalzo.
Lo que hoy se conoce como Honduras y el Salvador fue, en distintas áreas, territorio lenco desde la época precolombina. Se estima que son 100.000 diseminados por las tierras altas hondureñas. La alfarería y el cultivo –de maíz, frijoles, papas y camote, entre otros- son sus principales actividades de subsistencia. Y la vida de decenas de comunidades depende del río, que sirve para la alimentación y la medicina. Además, en él «vive el espíritu femenino de la cosmovisión del pueblo lenca», dice Berta Cáceres en un video de la fundación Goldman. Detrás de ella, se ve el agua correr a la sombra de los árboles. Y agrega: «Siempre se nos ha enseñado que son las niñas quienes custodian los ríos».
En el marco del Golpe de 2009 en Honduras, fue aprobada la Ley General de Aguas. La norma habilitó la privatización de los recursos hídricos del país y derogó decretos que prohibían proyectos hidroeléctricos en áreas protegidas.
–Berta y el COPINH eran una piedra muy grande en el zapato para las inversiones, para la familias más ricas, para el gobierno. Había un plan de asesinarla, pensando que con eso, acababan con el movimiento. Pero en el asesinato estaba yo. Y buscaron la forma de incriminarme a mí.
El día en que Gustavo Castro debía volar de vuelta a México, lo esperaba la policía en el aeropuerto, donde había ido acompañado de la embajadora de México, Dolores Jiménez, y el cónsul Pedro Barragán.
–Es un secuestro de Estado, sin ninguna orden judicial, por la fuerza, impune. Cuando me dicen ‘usted está arrestado’, es cuando la embajadora y el cónsul me abrazan. Me rodean, se agarran de los brazos, yo quedo en el medio, y declaran protección consular. Es un mecanismo solamente para los asilados políticos, y no soy ningún asilado, pero nadie se atrevió a tocar a la embajadora. Fue algo de película.
Castro fue retenido un mes en Honduras antes de poder salir del país.
Por el crimen de la líder indígena, las autoridades capturaron a cinco personas: Sergio Rodríguez, ejecutivo en DESA; Douglas Bustillo, teniente retirado de las Fuerzas Armadas y ex jefe de seguridad en DESA; Mariano Díaz Chávez, instructor de la Policía Militar y miembro de las Fuerzas Especiales; Edilson Duarte Meza, capitán retirado, acusado de haber apretado el gatillo, y su hermano gemelo, Emerson, a quien se le encontró el arma con la que Cáceres habría sido asesinada. Este último fue puesto en libertad.
Cuando inició la defensa de Río Blanco contra la represa de Agua Zarca, Berta Cáceres se metió al río. Podía hablar con él, sentir lo que le decía. Sabía lo duro que la lucha iba a ser, pero sabía que iban a triunfar. El río se lo dijo.