¿Sabemos jugar con nuestros hijos?
Jugar con niños entre dos y seis años es un reto al que muchos adultos no saben enfrentarse. Ya no son los bebés a los que cualquier carantoña les hacía felices, ni tampoco chavales que ansíen entrar en nuestro mundo de adultos. ¿Cómo introducirnos en su mundo de fantasía, donde impera una lógica aplastante, pero tan radicalmente distinta a la nuestra?
La respuesta es tan sencilla como ésta: volviendo a ser niños. Sólo -si hacemos un esfuerzo de abstracción, y nos ponemos en el lugar de nuestro hijo podremos entender que ese mundo imaginario, tan sorprendente y creativo, es el más real para el niño… y que también nosotros estamos llamados a introducirnos en él.
¡Qué rico es!
Durante los primeros meses de vida resulta muy fácil divertir y hacer disfrutar al bebé con cualquier carantoña o voltereta que surja por nuestra propia iniciativa. Basta guiñarles para que se sientan objeto de atención, y se sientan felices. Durante este periodo, lo habitual es que ningún adulto tenga problemas para entretener durante horas al niño, porque aún puede dirigir su juego. El niño aún no tiene autonomía para hacer nada, y se deja llevar y traer, fijando su atención alternativamente en lo que le rodea. Todo le interesa y, por lo tanto, cualquier demostración de interés o cariño por nuestra parte es bien recibida.
La edad de la razón
Más tarde, a partir de seis u ocho años, cuando ya tiene uso de razón y podemos tratarle como a un pequeño adulto, también nos resulta relativamente fácil jugar con él, compitiendo en una partida de damas, solicitando su colaboración para hacer una tarta o llevándonoslo al fútbol. La razón de este acercamiento, sin embargo, no radica en el esfuerzo de los padres, sino en la madurez de los hijos, que comienzan a entrar en el complejo mundo de los adultos y toman ya partido en sus intereses: los niños hablan de marcas de coches, las niñas de modas, etc. Son ellos quienes están entrando en la realidad de los adultos y, aunque necesiten de nuestra ayuda para ello, el esfuerzo es más suyo que nuestro.
Un mundo de fantasía
Sin embargo, entre dos y seis años… no resulta tan sencillo jugar con ellos. Durante esta etapa de su desarrollo, el niño necesita jugar, como medio de expresión, aprendizaje y desarrollo. El juego es algo muy serio para él, es la vía para canalizar sus dudas, sus preocupaciones, su curiosidad… y, por lo tanto, puede tomar los derroteros más insospechados. Tan pronto le encontraremos sumido en las cavilaciones de un ladrón «bueno», como haciendo que la muñeca entre en la casita volando por la ventana… ¿Qué le hará pensar que las cosas son «así»?
En realidad, su mundo es distinto del de los adultos, porque las posibilidades que le brinda la imaginación son mucho más creativas e inesperadas que las que ofrece la realidad de cada día. Pero aún queda un rasgo esencialmente característico del juego de nuestros hijos: su interés por todo lo que les rodea, que se refleja en el juego y que les impulsa a construir una realidad más «lógica», también les impulsa a invitarnos a compartirla con él.
¿Cómo jugar con ellos?
A cualquier adulto que se plantee jugar con un niño de esta edad pueden serle de utilidad estas cinco ideas básicas: – SENTIRSE PARTICIPANTE. Si se considera como un mero espectador, no podrá entender el juego y, mucho menos, correr con un despertador en la mano y gritando «tengo prisa, tengo prisa», para que su hijo-le persiga junto a Alicia por el País de las Maravillas.
Ponerse a su altura
Lo que supondrá más de una vez tirarnos en el suelo, «comer» sopa de agua con una cuchara de l0 centímetros… y creernos de veras que somos el lobo o la hija de la muñeca.
Respetar su tiempo de juego con nosostros
Este debe tener un hueco inamovible en nuestro horario. Aunque se restrinja a la media hora antes de dormir, hay que convertir ese rato en una aventura intensa donde no haya sitio para las prisas ni para ninguna otra preocupación que los lazos de los Barriguitas, o saber cómo llegará el camión de Policía al repecho de la ventana.
Ayudarles a ejercer su libertad y creatividad
Permitiendo que sean ellos los protagonistas del juego y sin obstruir su habilidad de pensar. Deben ser ellos quienes dirijan el juego y determinen si el camión de bomberos va a salvar un gato o a sofocar un incendio, qué se pone la muñeca para ir de paseo… Otra cosa distinta es que podamos darle ideas, opciones, resolver dudas, proponer pautas…, pero sin coartar su expresividad y creatividad.
Entrar en su mundo
Y dejarse arrastrar por su lógica infantil, sin perjuicio de poder aportar ideas y pautas que el niño pueda utilizar. Pero lo importante es que sea el adulto el que se adapte al juego del niño, y no pretenda que éste salga de él, para acomodarse a la realidad de los mayores. Aquí habrá que hacer un esfuerzo de abstracción. Sólo con ella podrá el adulto entender la lógica aplastante que -siempre- contiene el juego de su hijo.
Papá y mamá
Por otra parte, también debemos tener en cuenta que los padres juegan de forma distinta a como lo hacen las madres. Así, mientras ellas tienen mayor facilidad para comer en cazuelitas de 2 cm de diámetro, para ellos es más sencillo tirarse al suelo a cuatro patas y fingir que es un lobo, o ponerse unas plumas en la cabeza para hacer «el indio». Sin llegar a esfuerzos que resulten artificiales, ante los cuales el niño recibiría una impresión negativa, sería bueno que el padre intentara también introducirse en su mundo de juegos. Durante estos años intermedios, la presencia de ambos es muy importante para el desarrollo de su hijo.
No importa que de ocho de la mañana a cinco de la tarde el papá haya estado ensimismado en las finanzas de su empresa o que la mamá hay tenido que defender la más importante negociación con un proveedor de la suya. Lo que su hijo necesita por la tarde, de siete a ocho, es que se conviertan alternativamente en lobo, en capitán de artillería y en cliente del puesto del mercado. Nada más y nada menos.
Carmen Bassy