Pandillas de Centroamérica: más peligrosas que nunca
La posible llegada de unos cuantos miles de refugiados sirios a Estados Unidos ha causado una tormenta política, pero hay una crisis humanitaria mucho más grave gestándose en la frontera sur de Estados Unidos. La oleada creciente de menores no acompañados que viajan desde el triángulo norte de Centroamérica a través de la frontera entre Estados Unidos y México bien podría convertirse en un tsunami perpetuo debido a la atroz violencia y a la guerra de pandillas que azotan la región.
Pese al reciente anuncio del Secretario de Estado John Kerry de que Estados Unidos incrementará el número de refugiados centroamericanos admitidos y trabajará con las Naciones Unidas para ayudar a quienes están en riesgo, el número de menores sin acompañamiento que huyen del Triángulo Norte de El Salvador, Honduras y Guatemala pronto podría aventajar la marejada de 2014. Tampoco las recientes medidas de la administración del presidente Barack Obama para cercar y deportar a quienes ya se encuentran ilegalmente en Estados Unidos tienen probabilidades de mitigar la dinámica que empuja a la gente a irse.
La oleada de salvajismo en expansión —que incluye decapitaciones, descuartizamiento y violaciones sistemáticas— es resultado de la creciente participación de las pandillas Mara Salvatrucha (MS13) y Barrio 18 en el negocio global de la cocaína. Los mayores ingresos de estas pandillas transnacionales han llevado a los grupos a adquirir mayor sofisticación y conciencia política. El resultado es una combinación letal de mensajes políticos que son un amasijo de teología de la liberación con el discurso de Pablo Escobar —el resultado de lo cual es que estas pandillas ahora ostentan un vasto control territorial, creciente poder militar y empresas criminales en rápida expansión.
Con altísimos ingresos del transporte y la venta de cocaína y crack, la violencia entre pandillas y las sangrientas disputas por territorio se han difundido y aumentado en brutalidad. Las pandillas no sólo pelean entre sí, sino que además invaden territorios de las arraigadas redes transportistas dedicadas al narcotráfico vinculadas al Cartel de Sinaloa en México.
Como resultado de esto, en 2015 la tasa de homicidios en El Salvador fue de 105 por 100.000 habitantes, la más alta del mundo. Guatemala y Honduras se situaron entre los cinco primeros países. Este grado de violencia convierte en una ruleta rusa la vida diaria en gran parte del Triángulo Norte. Los jóvenes son acorralados para unirse a las pandillas; los que se niegan son asesinados. Niñas desde los 11 años de edad son tomadas como «jainas», o esclavas sexuales. Esta ineludible amenaza es lo que lleva a padres y parientes a enviar a sus niños al peligroso y costoso viaje a Estados Unidos.
“Estamos viviendo la peor guerra de nuestra historia, pero nadie quiere reconocer que es una guerra”, dijo Dagoberto Gutiérrez, excomandante del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), el ejército guerrillero de orientación marxista que participó en la cruenta guerra de 12 años de duración, respaldada por Estados Unidos. Sentado en su pequeña oficina en la Universidad Luterana Salvadoreña, Gutiérrez dice que en la guerra civil por lo menos las líneas de batalla eran claras. “Ahora tenemos múltiples guerras en desarrollo al mismo tiempo y un gobierno que no tiene o la capacidad o la voluntad de salvar a su pueblo”, dijo.
El FMLN, la fuerza insurgente más formidable de la región en la década de 1980, pasó a ser partido político legal en 1992 como parte de un acuerdo de paz. Ganó las elecciones presidenciales en 2009 y 2014, y hasta ahora se ha mostrado incapaz de frenar la peor avalancha de violencia desde que los escuadrones de la muerte perseguían a presuntos comunistas hace décadas.
“Estamos viviendo la peor guerra de nuestra historia, pero nadie quiere reconocer que es una guerra”
Aunque la violencia de pandillas fue un motor importante en la crisis migratoria de 2014, esa afluencia también se vio alimentada por informaciones engañosas que circulaban en Centroamérica, que afirmaban que los niños podían recibir la ciudadanía estadounidense. Como respuesta, los gobiernos de los países del Triángulo Norte, en conjunto con Estados Unidos, lanzaron una campaña para corregir la mala información. Lo más importante fue que México aceptó reforzar considerablemente sus medidas de control en la frontera sur para detener a los inmigrantes antes de que llegaran a Estados Unidos.
La afluencia bajó a una pequeña cantidad por la mayor parte de 2015, antes de acelerarse de nuevo en los últimos cuatro meses. Ahora la convergencia de la violencia de pandillas y el mayor control territorial —combinada con la corrupción rampante y la falta de fe en las estructuras políticas existentes— está aplastando esas frágiles barreras.
Aunque el presupuesto aprobado por el Congreso en diciembre sorpresivamente concedió a la administración Obama US$750 millones de los US$1 mil millones que solicitó en ayuda para Centroamérica, el 75 por ciento de la ayuda estaba condicionado a que los gobiernos regionales frenaran la corrupción, fortalecieran el estado de derecho y las estructuras judiciales y terminaran la impunidad rampante. Dadas las complejidades de los posibles reembolsos y la remota probabilidad de que se cumplieran las condiciones, es de esperar que el dinero no comenzará a desembolsarse al menos por un año y luego sólo a cuentagotas.
Entretanto, las pandillas —cada una con decenas de miles de miembros— se han convertido en crueles fuerzas de ocupación en mucha parte del Triángulo Norte, reemplazando las estructuras estatales inoperantes con símbolos deliberados de la autoridad que detentan. La MS13 es ahora un eslabón importante en la cadena que mueve la cocaína a México y Estados Unidos —más una fuerza militar política que una pandilla callejera—. Los desaliñados adolescentes de hace años eran violentos, brutales y con frecuencia estaban intoxicados, pero apenas podían acceder a pistolas de fabricación casera y los raros AK-47 o las granadas de mano que quedaron de la década de 1980. Ahora muchas de las "clicas", u organizaciones pandilleras en los barrios, tienen rifles de asalto, vehículos, pisos francos y teléfonos satelitales encriptados. Algunas facciones incluso pueden desplegar drones para monitorear los movimientos de la policía o de bandas rivales.
¿Cómo se recrudeció así la guerra de pandillas? La paz es la culpable.
Con total impunidad, las pandillas extraen pagos de negocios de barrio, decretan toques de queda, defienden barricadas para controlar el acceso a sus barrios y deciden quién puede vender o transportar drogas y dónde. La MS13 también ha implementado un rudimentario sistema judicial, donde se imponen castigos implementados por las pandillas, desde golpizas hasta ejecuciones públicas, por delitos como el robo, información a la policía de actividades pandilleras o abuso del cónyuge.
Algunas clicas en Honduras también financian programas de almuerzos escolares para niños pobres en su territorio— por lo general apenas un plato de sopa y pan, pero mucho más que lo que ofrece el estado. Programas como estos han reforzado la legitimidad de la pandilla y su respaldo político, y le permitieron a la MS13 expandir de manera espectacular las zonas bajo su control.
La mal llamada tregua de pandillas en El Salvador en 2012, con mediación del gobierno a instancias de narcotraficantes locales y con el aval de la Organización de Estados Americanos, demostró ser un punto clave en la evolución política y criminal de las pandillas. La creciente fuerza de las pandillas, en particular la MS13, tiene relación directa con la tregua misma: usaron el cese al fuego para rearmarse, reorganizarse y crear lazos más estrechos con las redes regionales de transporte de cocaína.
Los líderes tuvieron casi dos años para desarrollar una estrategia política y económica, introducir asesores y comenzar una profunda metamorfosis de pandillas callejeras a organizaciones criminales con control político y territorial.
Empoderadas por su capacidad de negociar de igual a igual con el gobierno, las pandillas llegaron a entender por vez primera su verdadera fuerza política. Cuando encontraron que incluso sus demandas más absurdas (prostitutas en las cárceles, comunicaciones por teléfonos celulares sin obstáculos, retiro de la policía del interior de las cárceles) podían conseguirse si dejaban suficientes cadáveres en las calles, las pandillas redescubrieron su herramienta básica de negociación: los homicidios.
En una entrevista de 2013 con jefes de pandillas en El Salvador, se rieron cuando se les preguntó sobre cómo se habían realizado las negociaciones con el gobierno. Era muy simple, respondió uno: “Tiramos cuerpos a las calles hasta que decían que sí. Y siempre dicen sí”.
Para cuando la tregua se disolvió formalmente a comienzos de 2014, la estrategia se reveló. El gobierno y la Organización de Estados Americanos habían anunciado la caída oficial de los homicidios en más de 40 por ciento.
Pero el Instituto de Medicina Legal, el organismo forense bajo la regencia de la Suprema Corte de El Salvador, halló que aunque se informaba de más de 800 homicidios menos, el número de “desaparecidos” —término que produjo un profundo impacto sicológico a comienzos de la guerra civil en el país— había crecido en un número casi idéntico.
Muchos de los “desaparecidos” habían sido enterrados en cementerios clandestinos. La exhumación de esas tumbas simplemente desbordó el sistema, y los esfuerzos por identificar los cuerpos se abandonaron en su mayor parte.
La MS13, en mayor medida que el Barrio 18, parece resuelta a reinventarse y reconstruirse, con base en las lecciones aprendidas durante la tregua y después de varios años de enviar miembros a infiltrarse en las filas de la policía, el ejército, la escuela de derecho y programas de contabilidad. En los primeros nueve meses de 2015, el ejército expulsó a 223 presuntos miembros de pandillas, según los informes publicados. Pero hay muchos más dentro, que crecen en silencio en las filas.
La nueva disciplina es evidente en varias formas. Los tatuajes, alguna vez obligatorios, ahora están prohibidos —no por la posibilidad de hostigamiento policial, sino porque los líderes de las pandillas ahora creen que son una reliquia del pasado. En el campo de fútbol, en partes de la segunda mayor ciudad de Honduras, San Pedro Sula, ya no se tolera el juego violento o las amenazas al árbitro, y se ha sacado del campo o golpeado a jugadores de la MS13 por infringir las nuevas normas. La razón: si no se puede disciplinar a alguien en el campo de fútbol, tampoco se lo puede disciplinar en la pandilla.
Los actuales cabecillas buscan proyectar una imagen más corporativa y en gran parte han marginado a muchos de los líderes históricos que siguen en prisión. La "ranfla libre", o los cabecillas en libertad, han movido a la MS13 de manera decisiva en una nueva dirección. Cuerpos de orden público y agentes de inteligencia dicen que las pandillas están abriendo negocios semilegítimos, tanto para generar ingresos como para lavar dinero. Entre los favoritos están los buses de transporte público, panaderías, estaciones de gasolina y otros negocios de atención al público que general cantidades de efectivo.
Con la desintegración de la tregua, hay señales de que la MS13 busca activamente ampliar su capacidad operativa emulando a otros actores armados en el ámbito mundial.
El deseo de consolidarse como empresa es visible. Mis encuentros recientes con líderes veteranos de la MS13 de la ranfla libre en El Salvador no se parecieron en nada a los anteriores. Nos reunimos en los restaurantes de hoteles de lujo, no en las polvorientas calles de los tugurios. Usaban camisas y llevaban portafolios, en lugar de pantalones harapientos y pistolas de fabricación casera, y las discusiones carecían en gran parte del argot pandillero que acompaña la mayoría de esas conversaciones.
Las discusiones se centraron en el creciente control territorial de la pandilla, la política estadounidense hacia la MS13, y un sentimiento de que el FMLN los había traicionado, pues, en opinión de los líderes, no llegó a cumplir las promesas de grandes cantidades de dinero a cambio de los bloques de votos de sus barrios, entregados por las pandillas para las elecciones presidenciales de 2014.
Dado que el gobierno del FMLN se rehusó entonces a negociar una nueva tregua, como lo habían prometido, declararon los jefes de la pandilla, la MS13 en El Salvador se dedicó a asesinar policías, soldados y fiscales, lo que llevó a una retaliación del estado.
Con la desintegración de la tregua, hay indicios de que la MS13 busca activamente ampliar su capacidad operativa emulando a otros actores armados en el ámbito mundial.
Con la desintegración de la tregua, hay indicios de que la MS13 busca activamente ampliar su capacidad operativa emulando a otros actores armados en el ámbito mundial. En El Salvador, la policía me mostró evidencia de una incursión a un piso franco de la MS13: documentos impresos tomados de internet relacionados con las tácticas militares de Al Qaeda, el Estado Islámico y la guerrilla colombiana de las FARC.
Esto no quiere decir que existen una conexión entre las pandillas del Triángulo Norte y cualquiera de estos grupos —sólo que la MS13 está estudiando activamente la literatura de los grupos terroristas para aprender de ellos.
Hay algunas semejanzas sorprendentes entre algunos de la MS13 y el Estado Islámico. Al igual que ese movimiento, las pandillas reclutan principalmente a jóvenes desempleados con pocas oportunidades económicas, tanto en persona como a través de las redes sociales. Los reclutadores prometen una vida con un propósito y una oportunidad de ser parte de algo más grande que uno solo.
Las pandillas radicalizan a sus reclutas con videos de violencia salvaje y un llamado cuasi religioso a empuñar las armas contra otras pandillas y “civiles”, como se llama a quienes no hacen parte de las pandillas. Decapitaciones, descuartizamientos con sierras y machetes, y brutales torturas se publican en YouTube como una herramienta múltiple para reclutar a nuevos miembros y mostrarles la impotencia del estado para contenerlos. Esta violencia descarada ha hecho trizas los tejidos de estas sociedades en formas más profundas que las guerras civiles de la década de 1980.
Entretanto, la corrupción generalizada en la policía y el gobierno no hace más que alimentar el ciclo de desesperanza. No sorprende que tantos miles de familias se hayan visto abocadas a confiar desesperadamente a sus hijos y los ahorros de toda una vida a extraños con la esperanza de que al menos esos inocentes puedan desafiar las circunstancias en su contra y hacer una vida mejor en Estados Unidos.
Ni la administración Obama ni los gobiernos del Triángulo Norte serán capaces de detener el éxodo de quienes huyen de esta nueva configuración de poder. Es muy posible que pronto veamos a toda una generación de centroamericanos intentando dejar sus países de origen.
Fuente: insightcrime.org