Opinión de Javier Franco: Entre Egos y Psicopatías Políticas
Estamos en el umbral del año 2025, un año que promete ser profundamente político en Honduras. Con la reciente conformación de movimientos y estructuras partidarias, el país se prepara para las elecciones primarias generales, donde las tensiones internas de los partidos y los liderazgos emergentes marcarán el rumbo de la política nacional.
Pero estos fenómenos no son exclusivos de nuestro país, ya que los últimos años, han proliferado en Latinoamérica perfiles de políticos con egos y características psicopatológicas dignas de estudio. Sus estilos de liderazgo, marcados por el control, la manipulación y el conflicto constante, reflejan patrones que se repiten de manera preocupante.
Estos líderes no solo se definen por sus acciones públicas, sino por los impulsos internos que los conducen a la polarización, el autoritarismo o la falsa empatía, y describimos algunos de estos perfiles usuales en Latinoamérica.Pensemos en el tipo de liderazgo que utiliza el lenguaje como arma, siempre impositivo y autoritario.
Es una figura que parece rígida, casi forzada, y a menudo está impulsada por una sensación de persecución. Cada pequeño logro lo lleva a querer más, acumulando poder de manera avasalladora. Este tipo de líder no tolera cuestionamientos y su visión es la única que considera válida.
Su ego, una mezcla de grandeza y ansiedad, lo posiciona como un líder inflexible, incapaz de adaptarse a contextos que requieran diálogo o cooperación.Luego está el líder que parece habitar en un estado de enajenación permanente. Su discurso es tan versátil como manipulador: es un actor de primera, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia para lograr sus objetivos.
Su lenguaje es vil y cruel, diseñado para dividir y polarizar, pero lo alterna con gestos calculados de humildad que le permiten mantener a las masas a su lado. Este líder se siente simultáneamente perseguidor y protector, un supuesto guía en un mundo lleno de enemigos imaginarios.
Su ego ansía poder y conflicto constante para justificar su existencia.También encontramos al perfeccionista que, aunque pluralista en ciertas ocasiones, su perfeccionismo lo convierte en un controlador absoluto. Cree que solo él es capaz de tomar las decisiones correctas, lo que lo lleva a despreciar opiniones externas. Su ego lo posiciona como indispensable, y aunque escucha, siempre lo hace desde una posición de superioridad.
Este tipo de líder busca abarcarlo todo, pero su arrogancia lo aísla de quienes podrían ser aliados valiosos en la construcción de un liderazgo más equilibrado.Hay también un perfil de líder que actúa desde las sombras, bajo un velo de discreción engañosa. Da la mano al frente mientras prepara un golpe por la espalda.
Es vengativo y rencoroso, calculador hasta el extremo, y aunque puede mostrarse pluralista, lo hace con fines exclusivamente estratégicos. Su ego lo posiciona como un príncipe en su propio reino, orgulloso y obsesionado con su imagen pública.
Su liderazgo está diseñado para mantenerlo siempre un paso adelante, aunque eso implique traicionar a quienes confían en él.Por último, está el líder que combina rigidez con una máscara de pureza. Este político se presenta como una figura moralmente intachable, pero en realidad es mandón, impositivo y meticuloso. Su comportamiento y sus patrones reflejan el de alguien que pudo haber deseado ser militar, pero no lo fue.
Controlador hasta el extremo, mide cada palabra y cada acción con precisión, no para actuar con ética, sino para sostener una imagen cuidadosamente construida. Su ego lo posiciona como el único «vaso con agua en un desierto», indispensable para todos, aunque su liderazgo carezca de auténtica empatía o conexión con los demás.
Este perfil, con su autoritarismo frustrado, proyecta un liderazgo que se siente más como un cuartel que como un espacio de servicio.A pesar de sus diferencias, todos estos perfiles tienen algo en común: son altamente confrontativos. Utilizan el conflicto como una herramienta para dividir, polarizar y consolidar su poder.
Cada uno, a su manera, refleja cómo el poder puede corromper no solo las decisiones, sino también la esencia misma de quienes lo ejercen.El poder, en manos de líderes atrapados por sus egos y trastornos, se convierte en un arma de división.
Honduras ha sido testigo de gobiernos donde el diálogo es inexistente y la conflictividad política no solo polariza, sino que impide construir una cultura de cohesión social. Los egos inflados, persecutores y manipuladores no solo destruyen instituciones, sino que perpetúan un ciclo de confrontación que debilita la confianza ciudadana y el bienestar colectivo.
Por: Javier Franco Nuñez – @Francoestratega